martes, 19 de junio de 2012

Tristeza en una tarde soleada

Publicado por HB On 2:06 | No comments


Salí al encuentro de la tarde
un día soleado y esplendente
el aire corría levemente
y el calor de presencia hacía alarde.

Un sol magnífico dominaba todo el ancho campo.

A veces, a pequeñas ráfagas débiles, el viento se acercaba para

recordarme que estaba en invierno, mas su soplo débil no podía
competir con la magnificencia del sol; a veces se enredaba entre mi
cabello, descendiendo al rostro, en amable contraste con el picor del
calor; a veces recordaba su misión de impartir recuerdos gélidos a la
memoria sensitiva.  A pesar de todo, del sol, de los grados y de mi
chaqueta, el soplo suave danzaba fugaz para imbuirme de una solitud
que me plantaba en medio del espacio, distante y fundido a él,
sintiendo la tarde y el calor como algo triste, quieto, en espera de
acontecimientos...

La quietud... el aire despejado...
el silencio solo alterado
por ruidos de motores que atraviesan
breves el camino... y de nuevo el sol...
sus rayos la impotencia me confiesan.

Sus rayos impactantes acusaban directos a los viandantes, formaban
plasmas que placaban la espalda recordando su poder y a pesar de eso,
no era el sol ardiente, la visión despejada, la amplitud de miras, la
expansión vital de ese tipo de días; era la tristeza la que se
imponía; la languidez de la tarde, el ritmo aplacado... la soledad...

Uno mismo entre un millón de partículas vivientes, sintiendo sin
embargo el hueco de una ausencia inmediata, de un espacio hasta ese
momento siempre relleno por la felicidad y la colmación.

La despedida suave, el beso blando y lento, sutil y profundamente
cariñoso, la dulzura recíproca...

La tarde imperiosa no podía entenderlo, la tarde ancha de espacios y
llena de movimiento distante no era capaz de exaltar la cualidad de la
alegría.  Tan solo prestaba el escenario para el contraste de sensaciones.

Me retiré circunspecto tras la espera, en fugaz fuga de impresiones,
sin poder colmar la piel del bálsamo de la actividad, del febril
acorde de sentimientos exaltados.  Tan solo la tristeza me acompañaba,
como fiel compañera de circunstancias, como el perro callejero que se
nos pega un rato en nuestro deambular, temeroso y deseante, prendido
por la esperanza de un reconocimiento, de un leve gesto de aceptación.

Frente a la tarde, el rumbo hacia el espejo de lo no hecho.

Me alejé reiterando la querencia 
del reencuentro en una idéntica tarde, 
plena de parabienes, que resguarde
el amor en su más prístina esencia.

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